Por: Néstor Armando Alzate
Cuando se acerca el atardecer, la vista se nubla, el horizonte se desdibuja, las distancias se agrandan y la noche se cierne sobre la vida.
Y no es para menos, porque llegado a esa etapa, el hombre siente la penumbra en sus ojos, la fragilidad de sus manos, la debilidad de sus piernas, el sosiego de sus pensamientos y la nostalgia en su alma.
Pero justamente en ese momento es cuando empieza a ver con los ojos del corazón, a bendecir con la fortaleza del amor desprendido, a desandar el futuro con el vigor de la misión cumplida, a disfrutar de los pensamientos sin culpa y desde el alma, evocar el pasado sin dolor.
Al decrecer la potencia física, se acrecienta su sensibilidad interior y por ello le duelen más el abandono, el desamor, la soledad, la indolencia de los más lejanos y la indiferencia de los más cercanos.
Eso es lo paradójico, porque en los albores de la humanidad, cuando los ancianos dejaban su lugar, se transformaban automáticamente en los dioses lares, que a partir de ese momento asumían el papel de protectores de la comunidad y eran consultados sobre el futuro, las cosechas y su destino; y venerados, por ser los únicos que podían apaciguar los elementos.
Y es que en todas las sociedades a lo largo de la historia, el Saber, siempre estuvo depositado en los ancianos, quienes además de ser los guardianes de las tradiciones, eran cántaros de sabiduría que derramaban su sapiencia sobre los más jóvenes, para que éstos bebieran y se saciaran de conocimiento.
Así las sociedades pudieron: sobrevivir, crecer y alcanzar el grado de progreso que hoy disfrutan. De otra manera habría sido imposible; sin los ancianos, no existirían la moral, los valores, la Ética, la religión, el folclor y las costumbres.
En Antioquia fue proverbial la contribución de los viejos arrieros y de los abuelos contadores de historia, en la preservación de todo lo que hoy nos enorgullece y nos mantiene unidos como pueblo.
Es hora de reivindicar a los viejos pero sin los eufemismos hipócritas de la sociedad que los llama melosamente “Adultos Mayores” para acallar su conciencia. El viejo lo único que necesita es que le devuelvan su dignidad y el respeto; y que le permitan caminar –libremente- apoyado en el amor, que es el más seguro, firme y fiel, de todos los bastones...!