miércoles, 27 de julio de 2011

¿De cuáles "Jaramillos" es Usted?

Por: Néstor Armando Alzate

En la antigüedad, para diferenciar a los individuos, se les agregaba a sus nombres: el sitio de procedencia (Alcalá, Villa, Toledo), o algún rasgo físico (Gordo, Calvo, Barriga); o se les asignaba el de un árbol, fruto, flor o animal (Naranjo, Robles, Olmos, Piña, Rosas, León), o el de cualquier santo (San Juan, Santa Cruz, Virgen, Santamaría) etc. 

Por otra parte, como la aceptación social de un hijo dependía –exclusivamente- de si era legítimo o bastardo; entonces debía demostrar que tenía padre conocido, y por lo tanto elegía siempre el nombre de su progenitor como apellido. Dado que no todos los vástagos podían llamarse de la misma manera, al patronímico se le agregó -en España- el sufijo EZ que significa: “hijo de”. De ahí en adelante, todos los descendientes de Rodrigo se apellidaron Rodríguez; los de Gonzalo, González; los de Sancho, Sánchez; los de Hernando, Hernández; etc.


De esta manera nacieron los apellidos, y con el tiempo se fueron expandiendo a través de árboles genealógicos, cuyas ramas surcaron mares, superaron montañas, invadieron países, perfilaron sicológicamente a quienes los ostentaron y hoy siguen siendo motivo de orgullo o de vergüenza, para los que los portan altivamente, o los cargan como un Sambenito.

 

Por eso no hay nada más arbitrario que los apellidos, pues indistintamente pueden reflejar una condición, o señalar una procedencia; ser sinónimo de riqueza; motivo de orgullo o de vergüenza.

Entonces como no se pueden escoger, no se debe esperar que respeten bolsillos y abolengos; por eso no tienen más peso específico que el que su dueño quiera y pueda darles, de allí que cada quien es tan responsable de sus apellidos como de su cara.

Con razón los abuelos siempre le preguntaban al pretendiente de turno, ¿Oiga joven: de cuáles “Jaramillos”, es que es Usted?

 

 

 

 

lunes, 18 de julio de 2011

La moda se acomoda

Por: Néstor Armando Alzate

La desnudez, más que un atavismo moral, es una muestra de su fragilidad corporal, pues el hombre debido a la ausencia de vello nutrido y fuerte, a la carencia de grasa bajo la epidermis y a la vulnerabilidad de la misma frente a la radiación solar, tiene que cubrirse, so pena de sucumbir ante el rigor de los elementos de la naturaleza.

Lo que en principio era un imperativo de la supervivencia –sin dejar de serlo-, a medida que el hombre desarrolló los medios y técnicas para fabricar vestimentas cada vez menos toscas y más cómodas, fueron surgiendo patrones estéticos influidos por factores culturales, hasta alcanzar los grados de sofisticación que conocemos hoy y que denominamos MODA. 

Eso explicaría el hecho de que las diferentes sociedades, hayan desarrollado sus propios estilos de vida que giran alrededor de una moda condicionada por los rigores estacionales, los paisajes, la religión, la política; y particularmente por el erotismo, que es el regulador de las relaciones: sociales, sexuales, de género y de identidad cultural.

Sin embargo algunos sociólogos afirman que la moda es el artilugio más eficaz para mantener uniformado al rebaño en el potrero de siempre, pero haciéndole creer que es libre de pastar lo que quiera y en donde quiera. Naturalmente esto es posible porque lo han domesticado con la idea de que la apariencia es más importante que la esencia y por eso es tan  cambiante, como las estaciones.

viernes, 1 de julio de 2011

De Tú a Tú

Por: Néstor Armando Alzate

El imperativo de la supervivencia, exigió que en los primitivos conglomerados humanos tuvieran que distribuirse las funciones, con el fin de allegar los recursos necesarios para garantizar la perpetuación de la especie.

Entonces era necesario que los hombres se concentraran en la caza, pesca y defensa de la comunidad, mientras que las mujeres criaban a la prole y recogían las frutas; y cuando conocieron las técnicas de la agricultura, ellas, se encargaron de la siembra, abono y cosecha de los productos de la tierra.

Durante milenios ese rol de proveedor, protector y guardián, alejó al hombre y lo volvió indiferente ante las angustias diarias de la familia, lo cual se reflejaba en su aparente dureza y en el ejercicio de un autoritarismo radical, que él entendía y expresaba como el sentimiento más parecido al afecto filial.

De allí surgió un paradigma, según el cual, la resistencia física es una coraza que blinda al hombre contra sus sentimientos más primarios: llanto, caricias y afecto; y justamente estas manifestaciones que representan debilidad en los hombres, son la mayor fortaleza de la mujer, porque sobre su aparente fragilidad descansa una arrolladora fuerza interior. Por eso él siempre ha sido símbolo de protección, provisión y autoridad; y ella, representación de la calidez, hospitalidad y amor.

Sin embargo la evolución de la sociedad ha exigido que los papeles asignados al hombre y a la mujer, sean revaluados en función de la misma supervivencia y de la continuidad de la especie, porque el acceso de la mujer a otros ámbitos tradicionalmente vedados: estudio, mercado laboral, vida social, deporte, política, poder, etc, ha propiciado un cambio irreversible en la estructura familiar, que incluye un constante intercambio de roles y de posturas, frente a los deberes y a los derechos de ambos.

Ya era hora de que los hombres pudieran darse el lujo de llorar y de manifestar sus sentimientos, sin desmedro de su virilidad; y de que las mujeres actuaran como conquistadoras, proveedoras y guardianas, sin menoscabo de su feminidad.

¡Así, sí podemos hablar de Tú a Tú!