jueves, 22 de marzo de 2012

¡Soy una gota!

Por: Nèstor Armando Alzate


Es cierto, soy una pequeña gota
Pero de la creación soy la fragua
Sin mí la vida se agota
¡Soy su savia… soy el agua!

Puedo juguetear en la Aurora Boreal
Y desde el arco iris,
Dibujar la sonrisa de Dios, sin más diluvios.
Puedo cabalgar sobre las olas,
Reñir con la ardiente lava
Y someterme mansamente a la caricia de la brisa
En la quietud del lago.
Puedo desprenderme en el impetuoso torrente,
Mecerme en la espuma
Y bailar con su ronroneo
En la espesura de la bruma.
Puedo refrescar en la sed abrasadora,
Bañar músculos y penas
O enloquecer por cuentagotas
A beduinos prisioneros del Simún.
Puedo ser hiel o miel.
Puedo besar a la muerte y al capullo
Y mediar entre la ternura y el orgullo.
Puedo ser tempestad en la madrugada
Y rocío en la mañana.
Puedo ser salvaje y letal en mi caída
O dulce y suave en la garganta contraída.
Puedo ser portadora de virus o de vida,
Bálsamo, veneno o antídoto para la ira.

En fin, puedo serlo todo.
Estalactita o savia en los tallos.
Ocelo o camuflaje,
Espejismo u oasis.
Abrevadero o basurero.
Cisterna o colchón amniótico.
Pozo, río o manantial.
Destructora o escultora:
Devoro cosechas,
Tallo paisajes
Y labro huertas.

Soy lágrima de tristeza o de alegría,
Soy llanto de adiós o bienvenida,
Soy océano, laguna o fuente fría.
Sin mí no podrías existir:
Porque soy la vida en una gota...
¡Y Tú eres una gota de la vida!  
  





martes, 6 de marzo de 2012

¡Y qué se hicieron los deberes de los niños!

Por: Nèstor Armando Alzate 

Si bien es cierto que la violencia intrafamiliar –de la que los niños, son la víctima propiciatoria- es el pan de cada día en nuestro país, no lo es menos el hecho de que la cantidad de púberes y adolescentes que conforman la punta de lanza de la delincuencia común, ha crecido desaforadamente hasta convertirse en el dolor de cabeza de la policía y de la justicia colombiana.

Lo peor de todo es que amparados en la inmunidad que les confiere la ley por ser menores de edad, pueden actuar impunemente; y el Estado maniatado, se siente impotente para meter en cintura a los precoces delincuentes, con la consecuente desmoralización de los organismos de seguridad cuyos esfuerzos se diluyen por la laxitud de las leyes.

Claro que muchos de estos muchachos se quedan en la periferia del delito, -pero son igualmente peligrosos- cuando protagonizan desmanes en la afueras de los estadios o como integrantes de pandillas juveniles que hacen gala de su fanatismo en enfrentamientos de corte iniciático, para probar su hombría.

Lo peor de todo es que esto sucede con la inevitable permisividad de los padres, que no pueden ejercer su autoridad natural porque los códigos les ataron las manos y por lo tanto cualquier corrección o castigo, puede hacerlos caer en una resbaladiza interpretación de los Derechos del Menor y terminar en la cárcel.

Es indiscutible que los Derechos del Niño prevalecen sobre los de los demás y por lo tanto deben ser contemplados y respetados como un bien superior; pero hay que recordar aquella ancestral premisa universal que reconoce los Derechos, como prerrogativas que se conquistan con el cumplimiento de los Deberes Naturales, que son el marco fundamental del orden social, de la convivencia, de la equidad y de la justicia.

Por lo tanto los Derechos primordiales del niño deben surgir del cumplimiento de esas elementales reglas de comportamiento y de convivencia que dentro del hogar, tienen que ser impartidas y controladas por los padres en el proceso de formación de la personalidad básica del infante. Ello conlleva el imperativo pedagógico del incentivo y el premio, pero también de la corrección y el castigo, pues de la equitativa administración de estos estímulos, surgirá una personalidad equilibrada, sana y generosa.

La mayor dificultad para armonizar los derechos y los deberes, radica en la explosiva dinámica social que ha cambiado radicalmente la concepción de La Familia, dado que ambos padres regularmente trabajan fuera de la casa, y a su regreso en las noches, intentan acallar los remordimientos afectivos generados por esa ausencia, y entonces asumen actitudes benevolentes y complacientes: hacen sus tareas, no hay reconvenciones, no hay diálogo asertivo, no hay posturas críticas; sólo indulgencia e ingenua complicidad. Si para colmo de males la relación de los cónyuges es disfuncional: están separados, divorciados o han formado nuevos hogares, la animosidad derivada de tales situaciones convierte al niño en la mortadela del emparedado porque se le utiliza para chantajearse mutuamente; y él al final de cuentas, aprende a sacar partido de esta pugna y manipula a ambos en función de sus deseos y caprichos.

Así las cosas, la responsabilidad de la formación básica y de la educación del infante recae en los maestros, quienes a la fuerza tienen que asumir –además del papel de profesores- el rol de padres sustitutos, sicólogos, consejeros, paño de lágrimas y en muchas ocasiones el de forzados proveedores.

En este caldo de cultivo -es apenas comprensible- se va gestando el individuo inseguro, inconstante, veleidoso, resentido, amargado y dispuesto a vengarse de todos y por todo. Sus carencias afectivas las transforma en su fortaleza, porque al no sentir amor, afecto, admiración ni respeto, por nada, ni por nadie, incuba tendencias suicidas, se refugia en las drogas, el alcohol, la promiscuidad y crece sin escrúpulos, ni inhibiciones morales para transgredir las normas sin reatos de conciencia, con la certeza de que por ser menor de edad, –como decíamos al principio- puede actuar impunemente porque la ley además de ser ciega, tiene las manos atadas.

Por eso la única forma de salir de la encrucijada, es partiendo de la aceptación de las responsabilidades que le competen a cada estamento involucrado y luego sobre las experiencias acumuladas, comenzar a edificar un proyecto educativo transversal e integral en el que los padres aprendan a formar con sus hijos cálidas y sólidas relaciones afectivas, pero sujetas a una autoridad firme e incuestionable, que debe ser respaldada por autoridades fuertes y jueces firmes; por un sistema educativo personalizado, exigente, pero librepensador y respetuoso por la diferencia; por una iglesia comprometida con una formación espiritual altruista y generosa; en suma, es necesario unir el lenguaje, las acciones, las políticas y compartir criterios, información y metodología pedagógica y con ese acompañamiento masivo, al fin podremos ayudar a los niños en la construcción de sus destinos con libre albedrío, pero sin libertinaje.

martes, 31 de enero de 2012

La Libertad


Hola Amigos:

Después de este largo receso –porque mis ocupaciones durante el fin de año me absorbieron todo el tiempo- puedo por fin retornar a este blog que es uno de mis proyectos consentidos, y  tras ofrecerles disculpas por mi ausencia, aspiro a mantener la regularidad que había perdido. 

Gracias por los mensajes que permanentemente me enviaron solicitándome que reactivara VERBI-GRACIA. Espero que de nuevo se interesen por mis escritos y me hagan saber sus opiniones y comentarios, libremente, pero con respeto por las apreciaciones de los demás. 

Voy a comenzar con este texto sobre la libertad, porque ella ha servido para justificar todos los excesos de los déspotas, pero también en su nombre se han gestado las más grandes epopeyas de la humanidad.  Así que bienvenidos a esta segunda etapa.


LA LIBERTAD
Por: Néstor Armando Alzate

La libertad es una palabra tan manida y manipulada como el Amor. Ambas nacen del imperativo natural y social de convivir en armonía con el resto de la comunidad, porque la condición gregaria de la especia humana así lo impone, dado que sin el otro, es imposible sobrevivir; y en el caso de que se pudiera, no tendría sentido, pues la libertad por encima de cualquier consideración, vale la pena si se pone al servicio de todos, de lo contrario sólo es un sentimiento egoísta del que se prevale el individuo para hacer lo que le conviene en función de sus intereses personales, aunque afecte a la mayoría; y eso, se llama libertinaje. 

Y de esa confusión han nacido todas las disensiones, esclavitudes, guerras y genocidios; pues quien invoca la libertad como patente de corso para sojuzgar a los demás, legitima su acción arguyendo que lo que es bueno para él, tiene que serlo para los demás. Con razón clamó Madame Roland, en el momento de ser ejecutada durante la revolución francesa: ¡Oh libertad! ¡Cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!

De ahí que la verdadera libertad, sólo puede identificarse con el desprendimiento, la generosidad y la entrega sin condiciones a una causa superior; esto tiene que ser más evidente, si se trata de los que son elegidos por el pueblo para orientar su destino, dado que en ellos están depositadas la justicia y la equidad soñadas por la especia humana desde siempre.

Por eso no importa que las palabras libertad y amor, de tanto manosearlas, se hayan devaluado; como ambas significan lo mismo, siguen sin perder su verdadero significado; pues al final de cuentas: ¡No puede existir la libertad sin amor, ni el amor sin libertad!